sábado, 10 de enero de 2015

Punta, del balneario a la ciudad

Cuesta imaginarlo hoy, pero Punta del Este fue en sus comienzos una pequeña aldea de pescadores habitada —en verano– por unas doscientas familias tradicionales argentinas y uruguayas.
DIEGO FISCHER10 ene 2015
Un grupo selecto de personas que un día descubrió un paraíso en estado puro al que se accedía por mar ya que era prácticamente imposible llegar por tierra. Una península abrazada por un mar sereno y otro bravío y en la que —desde un mismo lugar— era posible contemplar el amanecer y la puesta de sol; solo había que dejar transcurrir el día. Por las noches, su cielo se iluminaba con el brillo de la luna que sorprendía a su puñado de habitantes asomándose por la Brava.
Fue en las dos primeras décadas del siglo XX que los primeros veraneantes descubrieron la Península, a la que hicieron propia, y de la que hablaban poco, porque no querían que se conociera y se perdiera su mágico clima de solitaria aldea. Nunca imaginaron que Punta del Este tendría una cambio tan radical, y que sería un atractivo internacional.
En aquella villa que oficialmente fue bautizada como Punta del Este en julio de 1907, se llevaba una vida sencilla, sin aspavientos ni ostentaciones. Cuentan que la vieja Mansa, (desaparecida hace décadas por la construcción de la Rambla y la ampliación del puerto) era una fiesta para los niños, cuando sobre el mediodía llegaba el bote del legendario Manroche, el pescador que abastecía de pescado fresco a todos los veraneantes.
O los atardeceres contemplados desde la casa de los Behrens, donde se reunían los vecinos a presenciar cómo el sol se apagaba en el mar y pronosticar el tiempo según el derrotero de las toninas: si nadaban hacia Portezuelo habría temporal y si lo hacían rumbo a la Brava tendrían buen tiempo. Cuesta imaginarlo, pero antes de que Punta del Este se recibiera de balneario internacional, hubo un pueblo al que familias numerosas del Río de la Plata, poetas y artistas dieron forma y marcaron un estilo. Hoy esa Punta del Este aún vive. Su esencia permanece, solo hay que saber encontrarla.

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