sábado, 17 de enero de 2015

La conquista imberbe de la península

Con 10 cuadras de largo, la avenida Gorlero es un trayecto infaltable para los turistas que visitan Punta del Este. El recorrido que comienza a partir de la calle 31 y termina por la 15 es una caminata clásica para los veraneantes que disfruten tanto de las compras como de la gastronomía y entretenimientos que la zona ofrece.
En la temporada 2015, son los rostros encendidos de los comediantes Maxi de la Cruz y Coco Sily los encargados de recibir a los transeúntes desde un cartel luminoso que cuelga sobre el hotel Casino Nogaró. Una vez que se atraviesa el brillo de esa pizarra, se da comienzo a un camino que noche a noche ve sus veredas plagadas de gente, durante los primeros días del verano.
Paseo comercial familiar
La avenida es una mescolanza mercantil capaz de atraer hasta al menor de los derrochadores. En pocas cuadras, los locales de ropa se aprietan con inmobiliarias, librerías, pizzerías, cambios financieros y hasta salones de tatuajes temporales, en busca de un espacio pequeño que atraiga la mirada de los consumidores.
Las tiendas de suvenires son otra parte importante de la avenida. En ellas abunda la parafernalia con los símbolos clásicos de Punta del Este, desde los dedos de la Brava hasta los puentes ondulados de La Barra. También se pueden encontrar objetos extraños de una impronta criolla dudosa, como son las alfombras sintéticas que simulan ser de piel de vaca.
Lugares que antes eran una visita tradicional para los más chicos, como las maquinitas, hoy se encuentran clausurados, destinados a espacios subterráneos o tapados por una tienda con una selección amplia de sombreros Panamá.
Pese a la pérdida de ese encanto infantil,  Gorlero es un eje crucial de toda la actividad comercial de la península y se posiciona año a año como el paseo familiar por excelencia del balneario. Sin embargo, a medida que pasan las horas, la avenida también se convierte en la antesala de la noche de la población más juvenil de la ciudad, aquella todavía menor de edad como para entrar en los boliches en los que se vende alcohol.
La noche es joven
A partir de la medianoche, en cualquier fin de semana de la primera quincena de enero, una de las esquinas más concurridas de Gorlero es la de la avenida y la calle 27. Día a día se lleva a cabo allí una guerra de comida rápida ardua, con los locales de McDonald’s y Burguer King instalados frente a frente, tratando de captar la mayor cantidad de público posible. 
Unos metros más abajo, sin embargo, el local de crepes y jugos Crepas es el elegido de este verano por varios grandes y chicos que deciden cambiar una cola de espera por otra, mientras optan por una opción diferente al combo de hamburguesas y papas fritas. La presencia de celulares es notorio en el momento que, una vez que salen del local con la crepe en su mano, la mayoría de los comensales procede a retratar el momento con una selfi. Es el público joven que sale a comer con la barra de amigos (y a compartirlo en redes con el resto).
Frente a la isla
Una vez que el hambre ha sido saciada, sobre las 2 de la madrugada comienza el éxodo hacia el mar. Mientras que muchos de niños utilizan la plaza de la feria de los artesanos como su sitio de reunión libre de padres, los más grandes deciden alejarse de las luces de la avenida y proceden a caminar hacia la playa Mansa, donde se encuentra el muelle de Maihlos.
Frente a un montón de lanchas y con una vista privilegiada a la isla Gorriti, el muelle es el punto elegido por cientos de jóvenes entre 12 y 20 años para juntarse a conversar, beber, fumar y escuchar música. La reunión se extiende a través de pequeños grupos instalados a lo largo de la rambla hasta llegar al puerto, donde muchos de los menores se sientan frente a los boliches a los que no se les permite entrar. Una fila intermitente de autos y motocicletas convertidos en discotecas propulsadas por parlantes conforman el resto del paisaje por el que suelen atravesar varios extranjeros con miradas curiosas hacia el fenómeno (ver recuadro).
Lo noche se lleva adelante entre pequeños grupos de jóvenes que se van mezclando entre sí al mismo tiempo que las bebidas. Desde vino en caja hasta pequeños baldes con varios sorbetes destinados al consumo grupal, no hay alcohol que no se pueda encontrar en el muelle de Mailhos una noche de sábado.
Más allá del ruido y de algún pleito ocasional, los adolescentes y no tanto permanecen en el muelle durante horas, limitados por una línea geográfica y temporal autoimpuesta. A medida que la noche se aleja y la mañana se despierta, la playa con orillas rocosas se va llenando de envases, vasos, colillas de cigarrillos y otros desechos que serán removidos a la mañana por el servicio municipal de limpieza, en un intento por limpiar todo rastro de la noche.
Antes de que amanezca y bajo las palmeras, los jóvenes beben hasta que llega la hora de trasladarse hacia donde la fiesta está destinada a seguir: en el balneario de La Barra. Muchos lo hacen a través del servicio de ómnibus que salen desde la terminal de Punta del Este, mientras que los más aventureros se van a dedo o en auto.
Mientras tanto, los rezagados que deciden continuar su noche en la península pronto volverán a subir a Gorlero. En conversaciones sobre el éxito o el fracaso de la noche, van en busca de probar otro bocado de comida rápida. Esos platos se vuelven codiciados nuevamente a medida que los rayos del sol despiertan a los playeros y deportistas más madrugadores, que son ser testigos de los restos de una celebración cada vez más joven.

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